Daniel siempre había sido un tipo de gimnasio, pero últimamente había notado una chispa extra en su rutina. No era solo el nuevo programa de entrenamiento, ni la compañía de ese chico nuevo. Era algo más sutil, algo que solo él sabía.

Todo había comenzado una mañana, buscando algo de ropa interior limpia. Su cajón estaba vacío, excepto por un conjunto de encaje negro que claramente no le pertenecía. Era el tanga de su novia, Sofía, una pieza diminuta y sensual que contrastaba con sus bóxers de algodón. Por un momento, la curiosidad lo invadió.

Al final, la tentación fue demasiado grande. Se deslizó el tanga por las piernas, sintiendo la suavidad del encaje contra su piel. Era más cómodo de lo que había imaginado, y la sensación de libertad era adictiva. Se puso sus mallas de entrenamiento y salió de casa, con un secreto oculto bajo la tela.

En el gimnasio, mientras hacía sentadillas, sentía la tela ajustada a su cuerpo, acentuando sus curvas de una manera nueva y excitante. Con cada repetición, la sensación de libertad y sensualidad aumentaba. Se imaginaba a Sofía viéndolo así, y una sonrisa se dibujaba en su rostro.

Al terminar su rutina, se dirigió a la ducha, disfrutando de la sensación del agua fría sobre su piel. Al quitarse las mallas, no pudo evitar sentir una pequeña punzada de decepción. Pero sabía que esta nueva experiencia se convertiría en un ritual secreto.

Esa noche, cuando Sofía llegó a casa, Daniel la esperaba con una sonrisa pícara. "Creo que me he enamorado de tu ropa interior", le confesó. Sofía se echó a reír, acercándose a él. "No me sorprende", respondió, "siempre has tenido buen gusto". "Ese tanga te sienta muy bien", dijo, acercándose a él. Daniel sonrió y la atrajo hacia él.

La noche se volvió electrizante. Después de un juego previo lleno de caricias y besos, Sofía se colocó detrás de él. Le bajó los pantalones y, con una sonrisa traviesa, deslizó sus dedos por la suave tela del tanga. Daniel gimió suavemente. Con un movimiento rápido, lo levantó y lo colocó sobre la cama.

Sin perder un segundo, Sofía se inclinó hacia delante y comenzó a lamer suavemente su espalda baja. Daniel arqueó la espalda, buscando más. Con una mano, Sofía acarició su miembro mientras con la otra separaba sus glúteos. El tanga negro contrastaba con la piel pálida, creando una imagen tentadora.

"Déjame probar algo nuevo", susurró Sofía al oído. Daniel asintió, sintiendo una oleada de anticipación. Sofía se posicionó detrás de él y, con un movimiento suave, introdujo un dedo en su interior. Daniel cerró los ojos con fuerza, disfrutando de la sensación.

Sin previo aviso, Sofía se levantó y se colocó frente a él. Con una mano, agarró el tanga y lo estiró hacia arriba, exponiendo completamente su trasero. Sin dudarlo, se inclinó hacia delante y comenzó a lamerlo con avidez. Daniel se aferró a la sábana, jadeando de placer.

"Quiero probar algo más", susurró Sofía. Se agachó y, con los labios, rodeó el borde del tanga. Con movimientos lentos y seguros, comenzó a frotarse contra él, haciendo que Daniel se retorciera de placer.

El tanga de Sofía se había convertido en un objeto de deseo, un puente entre sus cuerpos y sus almas.

Sofía se levantó de encima de él, dejando a Daniel jadeando. Se dirigió al cajón de su mesilla de noche y sacó un pequeño arnés de cuero negro. Con una sonrisa pícara, se lo mostró a Daniel. "Te va a encantar esto", susurró.

Daniel la miró con los ojos muy abiertos. Nunca había visto algo así. El arnés era elegante y sensual, con correas ajustables y un anillo en la parte delantera. Sofía se lo colocó con cuidado, asegurándose de que estuviera ajustado pero cómodo.

Con el arnés puesto, Sofía se volvió hacia Daniel y lo tomó de las manos. Lo guió hasta la cama y lo ayudó a ponerse boca abajo. Con movimientos seguros y decididos, ajustó el arnés a su propio cuerpo, asegurándolo al anillo del arnés de Daniel.

Sintió cómo la correa se tensaba contra su piel mientras Sofía se inclinaba hacia delante. Con un gemido gutural, comenzó a empujar hacia adelante, entrando en él lenta y profundamente. Daniel arqueó la espalda, aferrándose a las sábanas. La combinación de la suavidad del tanga y la dureza del arnés creaba una sensación única y adictiva.

Sofía aumentó el ritmo, cada embestida más profunda y más rápida. Daniel se aferraba a la cabecera de la cama, gritando de placer. El movimiento del arnés contra su piel lo volvía loco.

Cuando finalmente llegaron al clímax, ambos quedaron exhaustos y satisfechos. Sofía se acurrucó junto a Daniel, aún con el arnés puesto. "Nunca había probado algo así", susurró Daniel. Sofía sonrió y lo besó en la mejilla. "Hay muchas cosas más que puedes probar", respondió.

 

20 janvier, 2025 — 365Briefs 365Briefs

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